ESCUELA N° 86 CUCHILLA DEL DAYMÁN

...En este espacio compartimos nuestros juegos,actividades, canciones y mucho más...

martes, 10 de julio de 2012

JORNADA EN PASO DEL PARQUE, ESC. N°57






COMPARTIMOS CON POLICIA COMUNITARIA













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lunes, 23 de abril de 2012

PINTAMOS, JUGAMOS, NOS DIVERTIMOS!!!
















¡LAS MAMIS TAMBIÉN AYUDARON!












...Así quedó nuestro trabajo y diversión...







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...que algunos de los artículos que compartimos en nuestro blog son producciones de los niños, de docentes, algunas encontradas en internet; las cuales nos parecen pertinentes compartirlas con todos los que visiten nuestro blog.

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POLICIA COMUNITARIA EN PROYECTO DE ACERCAMIENTO RURAL

Paso del Parque del Daymán

Invitación:

La jornada del pasado miércoles 27 de junio tuvo matices diferentes para la Policía Comunitaria, al ser invitada a reactivar el Proyecto de “Acercamiento Rural” en la Escuela Nro.57 “Coronel Santiago Artigas”, sita en Paso del Parque del Daymán, a 115 kilómetros de Salto. La jurisdicción anfitriona fue la 16ta.a cargo del Comisario Raúl Duarte, recibiéndose aval y total apoyo logístico del Comando de Jefatura.

Acercamiento:

Se sumaron las Escuelas Nro.86 de Cuchilla de Daymán y Nro.104 de Puntas de Cañas, totalizando 30 alumnos, más padres y vecinos. Todas escuelas unidocentes y la imagen de la maestra en todos los aspectos del día hacen una rutina difícil de cambiar. En base a ello con autorización de la Inspección Departamental de Educación Primaria y en conocimiento del Proyecto “Policías Por Dentro” propusieron interactuar con filas del Ministerio del Interior, buscando una dinámica diferente y con actores externos, para descubrir el sentido del accionar policial desde otra óptica y desde una geografía donde prima la distancia, el silencio, caminos de tierra y la idiosincrasia de la vida rural.

Actividades:

Luego de la bienvenida, el ambientalista y Técnico del MGAP Juan Carlos Palacios brindó lineamientos sobre la importancia de conservación de suelos para la producción nacional. Continuaron los Operadores Comunitarios compartiendo con el público procedimientos a seguir en casos de violencia, deberes y obligaciones del niño, uniforme del Policía y funciones de la Policía Comunitaria, prevención en la circulación vial, finalizando esta instancia con el juego de los trompos de madera, novedad para los más chicos y nostalgia para los mayores. Antes del mediodía fue el momento para la escultura, con orientación del artista colaborador Antonio Perillo, donde cada niño y padre descubrieron caminos de expresión en los vientos de la piedra arenisca. Durante el desarrollo de estas actividades, el Cabo Sergio Trindade atrapaba las miradas con sus dibujos de caricaturas, obsequiándolas. Un pequeño gesto valorado con gran dimensión.

Almuerzo y fútbol mixto

Compartir alimentos en la escuela fue otra instancia integradora. Y como fieles a nuestra la historia, llegó la invitación para los uniformados de disputar un partido mixto con niños, vecinos, educadores, sellando la tarde con un fútbol sin violencia ni género. Sin primar el resultado, la cálida despedida fue invitación para otro acercamiento y una revancha.

Conclusión y reflexiones:

Estadísticamente estos centros poblados no registran altos niveles de intervención policial, pero desde la actitud proactiva de la Policía Comunitaria (actuar antes que los hechos sucedan), en esa interacción y colaboración con centros educativos, se apuesta a experiencias que generen emociones fuertes que podrán significativas y duraderas en la vida del niño y del adolescente. Sumar esfuerzos con otras instituciones y con la propia comunidad es la mejor herramienta para lograr objetivos, crecer en confianza y credibilidad.

(Informe de la Oficina Técnica de Policía Comunitaria y Gestión de calidad)

19 de Abril: "Desembarco de los Treinta y Tres Orientales"

Poema: “Desembarco de los Treinta y Tres orientales”

La playa "La Agraciada", fue testigo de una gesta heroica que dio comienzo a la liberación de Montevideo sitiado y posteriormente a la emancipación de la Banda Oriental (hoy Republica Oriental del Uruguay), es conocida como "desembarco de los 33 Orientales".

Pero la playa no fue el único testigo....

…Corría el guri al caserío
llevaba noticias bien frescas
seguro un veintén le darían
seguro naranjas y siesta.

Corría con piecitos sucios
Tapado de cielos tempranos
En tiempos de vientos revueltos
Con vientos de orgullo escuchado.

…Y dijo al patrón casi a gritos
lo que vio en la playa cercana
sus ojos redondos, negritos
Lucían pupila agrandada…

“...son muchos y traen trabucos,
yo estaba jugando cerquita,
nombraron algo en San Isidro,
y en fila se fueron de prisa…

…Tenían machetes finitos
y algunos con bincha en la frente
ya he visto yo aquellos colores
un rojo de sangre y celeste…

Si “Tata” se entera que estuve
jugando sin limpiar las chalas
seguro que saca el rebenque
y al huerto con pico y con pala”…

“Ta’bien m’hijo, vaya tranquilo”
y olvide que vio a los valientes,
son hombres que van para el este
a pelear con uñas y dientes”

Contento se fue aquel guri,
guardó la moneda de cobre
sin saber que el cielo de Abril
traería victorias y honores.

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CUENTO "LA TORTUGA GIGANTE"

Horacio Quiroga
(1879-1937)

LA TORTUGA GIGANTE
(Cuentos de la selva, 1918)



Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
—Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hace mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.
El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.
Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.
El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza. Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.
—Ahora —se dijo el hombre—, voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.
Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.
A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.
La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse.
El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.
La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre, y le dolía todo el cuerpo.
Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió entonces que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre.
—Voy a morir —dijo el hombre—. Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.
Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento.
Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:
—El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo le voy a curar a él ahora.
Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar enseguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie.
Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.
El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:
—Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.
Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:
—Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.
Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje.
La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar, se detenía, deshacía los nudos, y acostaba al hombre con mucho cuidado, en un lugar donde hubiera pasto bien seco.
Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.
A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.
Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces se quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:
—Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo, en el monte.
Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.
Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.
Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.
Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.
Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pérez— encontró a los dos viajeros moribundos.
—¡Qué tortuga! —dijo el ratón—. Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña?
—No —le respondió con tristeza la tortuga—. Es un hombre.
—¿Y adónde vas con ese hombre? —añadió el curioso ratón.
—Voy... voy... Quería ir a Buenos Aires —respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía—. Pero vamos a morir aquí, porque nunca llegaré...
—¡Ah, zonza, zonza! —dijo riendo el ratoncito—. ¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.
Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa, porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha.
Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó enseguida.
Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.
Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.

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